comienzos del 2017, cuando me dedicaba exclusivamente a los libros artesanales de Ediciones Madriguera, viví mi primera crisis tecnológica.
Una mañana encontré un extraño polvillo negro detrás de mi computadora y un olor a plástico quemado, al revisar bien noté que el polvillo salía del ventilador de la fuente de poder, pero al retirar la tapa del case el cable de electricidad del disco duro estaba en llamas (entiéndase flamas ardientes dentro de la caja de la computadora).
De inmediato desconecté la computadora, apagué el fuego y superado el terror del primer momento me dediqué a revisar, limpiar y reparar lo que pudiera. Luego de una hora de trabajo, lloriqueos y súplicas a Dios, volví a conectar el disco duro y todo funcionó bien, afortunadamente. Ese es el mismo disco duro que tengo hoy día.
Pero ayer, justo después de compartir los artículos de la revista Madriguera en horas de la mañana, la computadora instaló actualizaciones, se reinició y no volvió a arrancar. Intenté revivir el sistema operativo de muchas formas pero fue imposible, había perdido el sector de arranque y no tenía solución. 
Después de tres horas sin electricidad decidí instalar todo de nuevo, al llegar la luz descargué un sistema operativo más reciente y en horas de la noche ya estaba configurando todo. Esta mañana terminé de instalar los programas, mientras realizaba las tareas pendientes de mis hijas y las enviaba a sus maestras. 
Esa extraña angustia no es por una computadora que tiene conmigo algo más de 8 años, es porque se trata de mi instrumento de trabajo, como lo puede ser el carro para un transportista, el horno para un panadero o la calculadora para un contable. Y el que piense que es una tontería sufrir por esto, no sabe lo que es depender de la tecnología en esta época. Toda la economía familiar, toda la vida profesional depositada en un dispositivo frágil y expuesto a cualquier eventualidad.
Superada esta crisis, vuelvo a atender lo de siempre, la familia, la vida y los libros.