Todos le sacamos el cuerpo. Cuando comienza a doler huimos. Nos vamos. Es un camino que no queremos recorrer, una cara que no queremos ver, unos ojos, unas mejillas húmedas, unas palabras.
Huir es postergar. Lanzarse dentro de la botella esperando encallar en una costa. Huir es aplazar lo inevitable, la tormenta que nos alcanzará donde estemos con su lapidaria conciencia. Es cubrirnos el rostro con las manos para hacernos invisibles.
Su mente ya no es tuya, su cuerpo ya no te pertenece, en sus ojos no estás, no te guarda caricias en tus manos, ni te abrigan abrazos sus brazos. Vivir se hizo un trámite. Levantarse o dormir sin alegrías ni sorpresas, sin ánimos.
En su mirada un fantasma te recuerda que tu tiempo pasó y se acerca tu partida. Eres el hombre de la casa y debes cumplir con tu destino, y debes salir cuando se acabe. Irte de casa, abandonar, desistir, cuando no queden tus marcas en la sábana, cuando ningún centímetro de ella grite tu nombre, cuando su sueño vocifere otros nombres y debas reciclarte en un par de maletas.