A Mary Granadillo, a una semana de su partida.

Le acababa de dar el ACV y ella se acordaba de mis poemas y decía que tenía un amigo poeta, que se llama Ennio Tucci. 
Cuando me dieron la noticia ya estaba comprometido en Punto Fijo y fui temprano a cumplir con mi tarea. Visité dos escuelas llevando el mismo taller con cuentos distintos y almorcé con los profesores. Ellos tuvieron la gentileza de llevarme a la clínica y darme comida para llevar.
Al llegar y después de muchas vueltas encontré a Giuliana y a Mariana sentadas en un recibo. Nos saludamos y comenzaron a contarme. El doctor estaba más tranquilo porque podía recordar y me recordaba. Ellas me lo contaron, que al despertar le preguntaron su nombre y comenzó a hablar de todo lo que le había pasado, que se le fueron las luces y luego me nombró.  El mayor daño era que tenía paralizada la mitad del cuerpo. 
Entramos y me reconoció en medio de todo. El efecto del sedante la hacía hablar mucho más. Quería llorar pero no la dejaban, tampoco podía en medio de su conversación. Nos agarramos las manos, me contó de su pierna y que no sentía los pies. Yo comencé a sobarle los pies y a cubrírselos de mantas, saqué cuantos libros pude del morral y comencé a leerle ese montón de fueguitos de Galeano y la función del arte que también nos ayuda a mirar cuando estamos ciegos. Le conté lo que es una guayaba y la libertad según Orlando Araujo y muchas otras cosas.
Ella estaba feliz de verme y se calmó un poco, pero su tristeza era mayor. Acababa de entrar en tratamiento sistémico que le había bajado los valores cancerosos a la mitad en quince días y estaba mucho mejor. Semanas atrás nos habíamos encontrado en su casa para visitar la Librería del Sur, nos reunimos con el colectivo Conuco y conversamos sobre la promoción de lectura. 
Como en todas mis visitas fugaces se pasó el tiempo debí regresar a Coro. También conversamos sobre su proyecto de volver a hacer radio y leer poemas ante los micrófonos. Yo le prometí una selección de buenos poemas para que los leyera. 
Ahora todo era distinto, huyendo del cáncer la golpea un ACV.  Media cara, media boca, medio cuerpo inmóvil absolutamente y sus extremidades hinchadas.
Me preguntó por el trabajo en la clínica aquella vez y no quise caer en detalles, sólo le contesté que hay tiempo para todo como reza el Eclesiastés y que ese era tiempo de recogimiento. No quería caer en detalles con los problemas de la oficina o la imposibilidad de ser creativos en el trabajo, cosas así. Preferí sacar el celular y leerle los poemas a mi tío abuelo, y decirle que todo estaría bien, que ella era una luchadora, que pronto recuperaría la movilidad y todo lo demás. 
Pero no fue así. Mary tardó mucho en pararse de la cama. La llamaba de vez en cuando. Le escribía cuando la veía conectada. Ella preguntaba y yo contestaba con evasivas. Ella quería verme y yo trabajaba siempre. Todavía trabajo siempre, aún fuera del trabajo. Porque, Mary, mi trabajo se tragó mi vida. Mis viejos amigos son ahora mi “público” a atender, los nuevos califican como “alcance de la gestión”, mis otras relaciones son “alianzas estratégicas”, mis afectos llegaron a ser “trámites”, la poesía comenzó a ser un horario y una oficina mientras el poeta se hacía un engranaje más.
La última vez que te vi, llevé todos los libros que pude. Cancelé el taller que tenía programado y me quedé contigo toda la mañana. Te leí poesía de Hugo Fernández Oviol y te conté que estaba entusiasmado con Ediciones Madriguera, que teníamos una propuesta por fin, para que la gente se anime a publicar. Te dije que quería recuperarme de todo esto, porque la revolución también es que la gente que no leía poesía, ahora lea poesía. Que la gente que antes no sentía o no sabía que sentir, ahora sienta y sepa qué siente. Te conté de mis miedos. De la orfandad, la soledad, el silencio y el ruido. Leímos, hablamos y almorzamos juntos.
Nunca pensé que esa fuera nuestra despedida. Tú con sueño y yo con sueños. Estabas muy feliz de tener un amigo poeta y este amigo se tardó una semana en escribir estas líneas que no puede leer sin que se le corte la voz.
Mary donde quiera que estés: “Sucede que de una gota de lluvia y un rayito de sol se puede fabricar un arcoíris.” 
Gracias por tu luz.