De la convocatoria

Todo movimiento cultural que se precie de serlo debe contar con un contundente poder de convocatoria. Si sus principales impulsores obvian este primer dogma, sin duda alguna, aquello que imaginaron “colectivo” degradará en sectario, elitesco, académicamente incestuoso.
Si dicho proyecto está centrado en un proyecto editorial requiere del esfuerzo de muchos para consolidarse, mantenerse y dejar huella, el equivalente a germinar, fortalecerse, dar frutos y estar en la capacidad de soportar el peso de estos. El esfuerzo colectivo se hace impostergable especialmente cuando los recursos son limitados.
El crecimiento de dicho movimiento se pondrá de manifiesto en el transcurso de su propio proceso y no al comienzo, puesto que cada movimiento marca y construye su estética y su forma de acuerdo a las condiciones que le involucran o afectan, de esta forma los códigos serán propios mientras provengan del crecimiento interno y la comprensión de sus procesos, sus circunstancias y sus frutos.
Si el movimiento no logra comunicarse está perdido. Es cierto que si no lo hace con autenticidad es probable que vaya a perder el camino, pero esto no es lo importante, en cambio el movimiento debe ocuparse de mantenerse en un constante proceso de cambio y construcción, y nunca olvidar que todo movimiento cultural que se precie, está destinado a la desaparición y su trascendencia se mide de acuerdo a su influencia sobre movimientos posteriores a él.

De las ideas

Hay que darse a la tarea de generar nuevas ideas. Generarlas, partirlas, transformarlas, hacerlas más grandes o más pequeñas. Ideas a favor del crecimiento humano, de la evolución. Seguimos en la edad media. Las ideas deben ser más utópicas de lo común, más extravagantes, más atrevidas. Estas ideas deberían tener sabores y sonidos del Caribe, colores africanos, minerales amazónicos y piel. Ideas que nos transformen en seres humanos. Ideas que reúnan a la gente, porque “no se puede hacer nada si usted tiene una idea donde la gente no se encuentre alrededor o compartiéndola”. (Conversaciones con Saramago, P.15) Experimentar en la acción directa del arte de frente a la sociedad.
Al momento de tener la idea, es necesario casarse y hacerse defensor de esta idea. Porque si la idea no logra convencer a sus actores, mucho menos convencerá a sus espectadores. La idea no tiene que ser coherente, apenas requiere estar construida de pensamiento pero ella en sí misma lo contiene todo. 

De la voz propia

El movimiento se nutre de las opiniones del otro, las ideas que surgen en las conversaciones, discusiones y encuentros fortuitos (o planificados), todo esto nutre al movimiento en sí, cuando las ideas giran en torno a él y dentro de él. Por esto el principio de complicidad no pude ser excluido nunca. Aunque se pretenda dar participación a otros actores, el devenir de las ideas y las acciones serán trascendentes cuando trabajen y se funden sobre la idea del porvenir.
Por la naturaleza de complicidad del movimiento cultural, se encontrará con seguidores y detractores, al unísono. No es posible lograr que todos entiendan las propuestas de un nuevo momento, y mucho menos se puede pretender la construcción de algo verdaderamente grande cuando se invierten grandes esfuerzos en complacer a todos. Lo mejor sería no complacer a nadie.
Lo importante es convertir las ideas en una enfermedad única y extraña, lo suficientemente exótica para estar en capacidad de contagiar tanto a los actores como a los espectadores.


“Ser ‘intelectuales’ solamente, es no ser nada. Es preciso ser soldados, exploradores, obreros […] Un hombre sedentario, encerrado en una biblioteca, es poco menos que un hombre inútil.
[…]
En Venezuela es peligroso pensar. Lo mejor es no pensar o no expresar los propios pensamientos. Sumergirse en un silencio poblado de sueños o ser un fantasma, un fantasma en medio de fantasmas.”
Enrique Bernardo Núñez, P. 159. “Novelas y Ensayos. 124”. Biblioteca Ayacucho. 1987. Caracas – Venezuela.