Por Gabriel Jiménez Emán

La prosa de ficción no cesa de renovarse o transformarse; se adapta a las necesidades históricas o estéticas, pugna por forjar modos de innovación dentro o fuera de los cánones del realismo, el naturalismo o la fantasía; desea ser testimonio épico o interior, quiere experimentar o ensamblar técnicas narrativas, superponer planos; pero a veces quiere también librarse de la experimentación y vuelve al cauce de la narración en línea limpia, de la claridad expresiva. En Venezuela contamos con ambas tradiciones, siendo la más desarrollada la prosa verista, y en este sentido hoy tenemos numerosos narradores que han retornado a esta línea, en la cual podemos insertar la ópera prima novelística de Ennio Tucci "En primera", una obra por varios motivos significativa, pues se adapta a la voluntad testimonial del autor o, mejor dicho, a su propia voluntad autobiográfica, bien tamizada de elementos ficcionales y literarios.
Justo dentro de estos límites sensibles su autor nos presenta una obra fresca, plena de ternura, penetrada de un lenguaje límpido, cuya diafanidad se conjuga muy bien a su necesidad narrativa: cumplir un viaje con su madre desde la ciudad de Coro hasta la ciudad de Mérida, llevando en un pequeño auto objetos de mudanza. Deben atravesar su protagonista (Leo) y su madre, a lo largo del viaje, una serie de obstáculos una vez su pequeño automóvil ha sido parcialmente reparado, y Leo recién se ha separado de su mujer e hijas, lo cual ha ocasionado la decisión de volverse a su hogar materno, y éste es el nudo dramático que subyace en la historia. Su autor bien sabe que debe dosificar sus tonos dramáticos, a fin de librarse de los patetismos y poder avanzar con holgura dentro del terreno de la ficción. De hecho, en los breves capítulos del libro su autor está interesado, sobre todo, en narrar el periplo de ambos personajes por la carretera dentro de “El Vocho” –así le llama a su viejo Volkswagen humanizado– al punto de que el auto se convierte en un personaje de la narración con identidad propia, como si éste fuese consciente de las situaciones que atraviesan los personajes.
En efecto, a medida que transcurre el viaje, el narrador-testigo va describiendo cada pequeño detalle, cada nueva señal –propicia o adversa– que se presenta, y de este modo el narrador, con un delicado lenguaje que humaniza todo cuanto toca, le imprime su sello a toda la novela, y los sucesos pequeños van tomando peso específico en el discurso ficcional. El auto se convierte en emblema del movimiento, mientras la carretera constituye el enlace entre el movimiento vital y el trayecto que deben cumplir: una meta o destino que permitirán el acceso a una nueva realización humana, pues el personaje central viene padeciendo de los efectos de una ruptura matrimonial. La madre dentro del Vocho viene a ser eso: la protección, el punto referencial del afecto, la ternura o la verdad; mientras los objetos de la mudanza representan la posibilidad de refundar el hogar.
Los huecos en la carretera serían los obstáculos a sortear en el aprendizaje de la vida: tal el Vocho dañado en varios tramos del páramo andino con un caucho espichado, quedarse sin gasolina en la vía y sin electricidad, serían señales de esos azares negativos, así como de la inutilidad o el esfuerzo humano por solucionar problemas inmediatos, rasgos que hacen ver la fragilidad humana, dentro de la cual entra también el futuro incierto de las pequeñas hijas; sólo queda el presente y la certeza de los afectos de la madre, sus pequeñas hijas y sus hermanos que aguardan a Leo en Mérida, su ciudad natal.
El Vocho tiene dañada la caja de velocidades, de modo que sólo puede ir en primera velocidad, y a 20 km por hora máximo. Aun así, no puede evitar los huecos en la carretera ni los cercos de seguridad (llamados en Venezuela “policías acostados”), de tal manera el Vocho se avería varias veces, y así el viaje se convierte en una verdadera Odisea, en un trayecto riesgoso donde hay que vencer muchos obstáculos antes de conseguir los objetivos. Las reparaciones al Vocho serían las pruebas de resistencia frente al mundo, antes de alcanzar una vida plena.
Al ingresar en tierras de los Andes los personajes experimentan el verdadero frío de la noche, el acoso del hambre, la sed o la falta de dinero, de modo que éstos aprenden el valor real de las cosas pequeñas (como los mangos y aguacates que yacen en la tierra y sirven para aplacar el hambre), todo ello vertido en diálogos impecables, debido a la naturalidad con que se producen, pues en esta novela todo fluye del modo más espontáneo; incluso los problemas más graves son tratados con frescura. La atmósfera de generosidad y autenticidad que transpiran los personajes, convierten a esta novela en una obra profundamente humana, dentro de la cual pueden percibirse también logros poéticos y momentos de suma belleza.
En el trasfondo más inmediato de esas vicisitudes durante el viaje, se observan los problemas materiales y abordajes a temas políticos o ideológicos, abusos de la autoridad, indiferencia oficial, escasez de alimentos, ausencia de servicios públicos efectivos, mantenimiento de las vías, etc., a la manera de críticas subyacentes. Sin embargo, la presencia del azar juega en esta obra un papel fundamental, cuando las cosas se arreglan de manera inesperada, gracias a la participación de algunas personas que de súbito tienen voluntad para colaborar o ayudar a Leo y su madre a solucionar situaciones. La novela incluye explicaciones filosóficas acerca de la velocidad de los autos, y otras especulaciones acerca de la teoría de la relatividad; todo ello termina por aderezar este relato con un delicado tinte humorístico, o con atmosferas donde se respiran halos de humanidad y ternura, todo ello vertido en limpios diálogos y descripciones certeras. A continuación, algunas de ellas:

"El camino se tornaba interminable. El monte cubría ambos lados de la carretera y leíamos los letreros Caño Azul, Cayo Moro, Finca de la Bonita. Hasta que una garza blanca voló sobre nosotros, planeó desde un árbol y se internó en la llanura. Su vuelo nos atrapó, era una flecha blanca surcando el cielo, trazando una línea curva en el vacío, y nosotros atontados viendo aquel acontecimiento sencillo pero hermoso. Entonces un estruendo y ruido de metales.
—Coño, otro hueco –dije.
—Era un policía acostado, hijo, yo pensé que lo habías visto."

(…)

"El monte se había hecho dueño y señor de la carretera otra vez, avanzamos lentamente, pero muy atentos a lo que pudiera aparecer. De pronto, a lo lejos un caucho amarillo adornaba la calle en sentido contrario. Al acercarnos, una casa de bloques grises apareció en un claro, rodeada de carros y un par de hombres que se movían de un lado a otro.
—Llegamos, aquí es –dijimos al tiempo.
—Ahora vamos a convencerlo de que nos preste las herramientas –dije.
—Tú puedes convencerlo, hijo. Si algo le cuentas de tu separación y la mudanza para que se apiade de nosotros."

(…)

"Cruzando por las tapias recordé a las niñas. Tenía dos días sin verlas y tal vez no podría comunicarme con ellas. Tampoco les había dicho que viajaría. Faltaba poco para Semana Santa y quería regresar a estar con ellas, pero ahora el carro estaba averiado. El corazón se me arrugó y las lágrimas se me salieron solas. Recordé los últimos días con ellas. Las largas caminatas de una casa a la otra y las paradas en el parque.
—Hace unas semanas –le conté a mamá– me dieron la cola para la escuela los padres de una compañera de Mercedes. Me dijeron que ellos me conocían de cuando estábamos en la Universidad y yo publicaba esa hoja de poesía. Que estaban felices de que nuestras hijas estudiaran juntas. Ese día había entregado mi renuncia a la Universidad y me había despedido. Era un día de despedidas. Y ese encuentro fue como un agradecimiento indirecto de esa ciudad."

(…)

"Los días siguientes nos dedicamos a reparar la caja de velocidades con la ayuda de todos en la casa, como predijo mamá. El plan era regresar, pero cada vez que agarrábamos carretera, se accidentaba con un problema diferente. Así que renuncié a insistir y me dediqué a recuperar las horas de sueño; a respetar este nuevo ciclo de regulación eléctrica, con intervalos de seis horas, porque la vida talvez también se sucede en intervalos de luz donde podemos verlo todo y oscuridad donde solo podemos levantar la mirada y ver las estrellas."

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Ennio Tucci es editor independiente y asesor de asuntos literarios y editoriales en el Ministerio de Cultura. Fundador de Ediciones Madriguera y editor en diversas instituciones. Licenciado en Educación y autor de los siguientes libros de poesía: Tiran piedras los niños (2009), A quien hay que matar para vivir (2012), No se estacione (2014) y Sin decir árbol (2019) por los cuales mereció varios premios regionales en la ciudad de Coro. Por su labor editorial recibió el Premio Nacional del Libro en 2012, y Mejor sitio web en 2013. Por la novela En primera obtuvo el premio de la Bienal “Rafael Zárraga” de narrativa en 2023.
Me hice amigo de Ennio en Coro, estado Falcón, donde ambos vivimos largo tiempo, él más que yo. Allí le conocí junto a sus hijas, y estuve cerca de él en su proceso de separación. Estoy seguro de que su novela En primera le sirvió de catarsis para enfrentar este proceso. La vida también puede estar llena de finales felices.

© copyright 2023 Gabriel Jiménez Emán
Tomado del Facebook del autor