Fotografía de cierre de la Filven en junio de 2019 en Barinas.


Hace poco más de un año comencé a notar que a pesar de las dificultades la vida me daba buenas noticias sobre mi paso por la tierra. Conocí a una persona que comenzó a usar mis poemas para promover la lectura con sus estudiantes en Carirubana (un sector muy conocido de Paraguaná). Nos hicimos amigos y ese mismo año me envío algunos videos de sus estudiantes leyendo mis poemas, cosa que fue un bálsamo en medio de la tempestad.

A mediados del mismo año 2019 me enamoré de una muchacha que jugaba a la rayuela con los libros entre esos el mío, además pensaba que yo tenía como mil años. Y a finales del año pasado otra querida poeta me agradeció por el trabajo que venía realizando, justamente el mismo año que había dejado de hacerlo, y me contó que mis poemas también formaban parte de su taller de poesía en Aragua, que a los muchachos les gustaba la bicicleta en mis poemas. Hace unos minutos encontré por ocioso (estas cosas siempre se consiguen gracias al ocio), un video con un niño leyendo un poema mío en una actividad organizada por Tomás Martínez Sancho, y me dejó realmente feliz.

Me hizo recordar las veces que alguien ha compartido un poema o un pensamiento o una idea que escribí o que dije, como aquella reseñada por Parra y surgida frente a una sopa de pollo: la lectura es rebelde porque le roba tiempo a otras cosas que sí están en el horario; o la que Ludwiana reseñó a comienzos de años: “tienes que aprender a ser un poco inútil algunas veces”.

Todo esto me hace sentir que vivir no ha sido en vano. Transcribo esto desde mi libreta personal y la sumo a mi abandonada bitácora de capitán, para recordarme ese lugar común pero importante entre los escritores:

“Escribe que algo queda”.