Era una estrella fugaz pero tan distinta que en lugar de consumirse en una ráfaga como las demás, iluminando por un instante el cielo nocturno, decidió descender de otra forma y consumirse muy lentamente pero en forma de zigzag apenas unos metros por encima del techo de la casa. Su estela duró lo suficiente para que toda la familia saliera a verla, incluso mi abuela de 85 años, y pudieran pedirle un deseo.