A Violeta, en su 6to cumpleaños.

En cierta ocasión me invitaron a participar en una competencia de natación. Me inscribí en la competencia pero el mes previo estaba tan ocupado que olvidé entrenar. Entonces al llegar el día, me presenté en la competencia con mis hijas, Valeria y Ana, quienes siempre me acompañan a este tipo de eventos para hacerme barra y gritar desde el público: ¡Más rápido papá! 
Aquella tarde fue de locos para salir de casa, llegamos tarde y olvidé hacer mis estiramientos. Al sonar el silbato salté a la piscina con fuerza pero al cabo de unos metros, justo cuando estaba en medio de la piscina me comenzó a doler la parte interior del muslo derecho. Aquello fue tan fuerte que incluso me hundí por unos minutos. 

–¡Más rápido papá! – comenzó a gritar Valeria.

–¡No te rindas! – continuó Ana.

Yo me sentía avergonzado porque mis hijas estaban entusiasmadas, tenían puestas sus esperanzas en mí y aquel dolor me arrastraba al fondo de la piscina. 
Valeria nunca lo supo hasta ahora, pero cuando ella me pedía continuar sin entender lo que ocurría, yo me hundía hasta el fondo de la piscina, pero al tocar fondo di un salto bajo el agua con mi pierna buena y subí para abrazarme a uno de los rieles flotantes que separan a un competidor de otro. 
Aun en ese momento el dolor en mi pierna era terrible y escuchaba a mis hijas gritar desde el público:

–Vamos papá, vamos papá, vamos papá. 

Y al salir del agua no entendían por qué no seguía nadando y en cambio me quedaba ahí abrazado a ese riel rojo sin avanzar ni retroceder, esperando nada más que terminara la competencia de los cien metros mariposa. 
Todos podemos equivocarnos. Algunas veces no estamos preparados para lo que nos pasa, nos hundimos y nos quedamos en medio de la competencia, lejos de nuestros seres queridos, sin poder atender al entrenador que nos pide continuar o a nuestras hijas que nos quieren de vuelta con ellas.
En esos momentos lo mejor que podemos hacer es saltar con lo mejor de nosotros para recuperar el aliento y volver, aunque no sea en el sitial de los vencedores. Porque la vida no se trata de vencer sino de vivir.