Me gusta el cacao sobre la mesa del comedor. Me transmite un sentimiento agradable verlo firme y brillante al lado de los platos mientras desayuno.
Me gusta el cacao porque me hace pensar que el chocolate está al alcance de mi mano. El chocolate que consumo con menos regularidad de la que desearía, lo tengo al alcance de mi mano en su forma más esperanzadora, en una mazorca recién cortada que descansa al lado del plato donde como.
Cuando pienso en cacao recuerdo mi infancia y los desayunos de domingo, cuando nos levantaban temprano para comprar el pan tovareño (un pan dulce con maíz que hacen en Tovar), y que mojábamos en chocolate caliente. Muchas veces me quemé la lengua en la premura de probar aquel manjar exquisito, que aunque apareciera regularmente sobre la mesa era igualmente exquisito, no tan exquisito como ahora en su forma frutal, viva, fecunda, genésica, potente.
Me gusta escuchar a mamá explicarnos los procesos para convertirlo en chocolate y las discusiones que se llevan dentro del curso de procesamiento de cacao que está haciendo. Más me gusta cuando comienza a imaginarse una plantación de cacao y la discusión sobre llamarla plantación, siembra o cultivo. Una discusión estéril para los fines del curso, pero cuyo clímax alcanzó su máxima expresión al distinguir los tres términos explicando que plantación se refiere a un cultivo permanente o de poca rotación, una siembra es un cultivo que hay que rotar con regularidad, mientras cultivo es aquello que sembramos con la intención de obtener frutos.
Por esa razón podemos referirnos al arte de cultivar en nuestras vidas cuando dedicamos nuestro tiempo y nuestro esfuerzo cosas de las que deseamos obtener frutos, que nos produzcan satisfacción. Podemos cultivar cualquier arte, la pintura, la poesía, la danza, y cultivar buenos sentimientos en los niños. Como si se tratase de una planta a la que hay que es necesario colocarla en tierra fértil, regarla, podarla, desmalezar el terreno donde está sembrada, de igual forma hacemos en nuestros corazones.
Esta mañana yo sólo cultivo el arte de disfrutar las mazorcas de cacao sobre la mesa del comedor porque he descubierto que me gusta el chocolate, pero también me gusta el cacao.