Ennio Tucci (Mérida, Venezuela – 1986)

Escrito por Luis Perozo Cervantes


En ciertos poetas existe un reclamo de la infancia, como una solicitud impertérrita de amar con el alma en vilo, con la sinceridad propicia de los niños. Esos poetas van a fondo: a la ternura como expresión de dolor y alegría. Claramente Ennio Tucci nos presenta una pieza del acierto en estos poemas: ¿por qué digo esto? Para mi es evidente que el acierto está en conseguir algo en el poema y poder conducirlo hasta el final del libro, y se suma a eso, la condición de que en su primer libro: “Tiran piedras los niños” (2009), ese mismo misterio poético se mantiene. En “A quién hay que matar para vivir”, Ennio nos trae el lenguaje depurado, la evidencia del trabajo en el verso, la huella de una sintaxis mejorada: y una serie de hallazgos formales (para usar una palabra académica) que despuntaban en su primer trabajo creador y que ahora florecen, en buena lid, junto a las nuevas formas de entender el poema.


El cielo se cae
cuando te empiedras conmigo
me dan ganas de lanzarme a un carro
llenarme la barriga de perros calientes
de ron hasta el desmayo;
me dan unas ganas tremendas de
emborracharme,
de encontrarme cara a cara con el cielo
y romperle todo lo que se llama faz
para que no me atormente de nuevo
con ese chistecito
del día siguiente

Si leemos el “Poema con guasacaca” qué podemos pensar un poeta que no es serio con temas poéticos. En sus andanzas con el lenguaje el poema se enfrenta al mismo poema y su vista corta. El poema no se queda el poema, Ennio lo lleva a la poeticidad, a la otra orilla del poema posible, a la sensación de poesía más fresca, donde mismo poema enajenado como poema lucha contra el lector de recuadros o formas convencionales. En el “poema con guasacaca” el poema se despoema en la misma cantidad de poesía que tendría un poema como “Si tú supiera” de Nicolás Guillen o el desdicho del absurdo de “Esperando a Godot”. Quizá exagero, o mejor dicho, hago comparaciones poco asertivas, pero usted mismo puede verlo:


Poema con guasacaca
Carne carne, carne fresca
pernil sobre madera
espera de un cuchillo
aderezo y mostaza
aceitunas sin hueso
pernil con cerveza
el pimentón crudo
cebolla en el carbón.
Carne carne, carne fresca
Tú sobre brazas
santa carnita
para comerte carne
con todos los deditos
ahora entre mis dientes
tus carnes bailando
salpicando carbones
mi lengua navegando
choreando babas.
Carne carne, carne fresca
Me chupo los dedos
aderezo y vinagre
tus líquidos fluyen
evaporan los carbones
no quiero pescado
abajo las sardinas
adiós al atún
te comeré completa.
Carne carne, carne fresca
La ensalada sobra
sacúdanse los saludables
que se paren de la mesa
aquí hay colesterol
abajo las vitaminas
tripas con bajas pasiones
carbones saltarines
una orilla de playa.
Carne carne, carne fresca
Bollos y guasacaca
cubiertos con aceite
arena en las rodillas
las olas que se van
los perros menean la cola
hambriento está el cuchillo
los animales miran
mi boca se saborea
asadita carnita
me encantas con guasacaquita…
carne
carne

Y si el poema se convierte en un chiste, si el poema no busca más que el divertimento, si el poeta es el niño malo que patea al perro, pero este caso el perro es el lenguaje y los otros niños (los lectores) nos reímos mientras el niño sigue pateando al perro. ¿Qué pasa cuando el poeta termina por romper la vajilla porque tiene hambre y los platos están callados? Es el mismo caso de la desmemoria y la frustración que el poeta hace conducentes en la palabra de sus poemas. El poema que le da título al libro, hace lo mismo: deslee. El poema enfrenta a la tranquilidad de la palabra con la acechanza del poeta, con el miedo persé de estar vivo.

El hecho de que el poema sea un antipoema no es relevante. El hecho de que la búsqueda antipoética del Ennio esté en la ternura, en lo habitual de la vivencia, si lo es. Vamos a pensar en la poemática del asunto: el poeta apoema sus verdades en el poema: así que el poema debe adaptarse a las necesidad particulares del poeta en cuestión. El poeta trasciende la barrera de lo convencional, para ir a su dirección particular de la poesía. Así que los poemas en A quién hay que matar para vivir, son hijos de propio cuerpo del poeta: hablamos de autenticidad, hablamos del condimento de la buena poesía. Eso en cuanto a lo temático (al espíritu del poema), pero si nos referimos la sustancia lingüística del texto encontraremos que Ennio va construyendo su camino en el mar. Formando, con solidez, un modo de expresión convincente, un inventario de asombros e imágenes que dará de que hablar en su trabajo.


Asterisco dos puntos
No te acostumbres a darme besos electrónicos
con dos puntos y asterisco. Prefiero caminar
mil kilómetros para estrellarme contra tu nariz
y que tu quijada se raspe con la mía porque este
amor tecnológico me está sacando la piedra.

Poco entendemos del poema al leerlo, entendemos lo que dice, pero no como lo dice. Si nos sentamos a la espera del poema, si nos concentramos en su estructura, siempre eventual y a la vez permanente, sabremos que el poema tiene un objeto. El poeta está jugando con algo que tiene entre las manos, nos lo va mostrando por la fisura de los dedos, sin negarse a la persecución de nuestros ojos. Será este libro una forma de desdecir el poema, de ir hilándolo desde el final por el comienzo. Llegará a saberse el poema en la condición de los augurios, se entregará al lector en plena convicción de ser un poema. Se reinventará a cada página y en cada lumbre. A cada batir de vientos en el papel. Descree el poema. Se enfrenta al desbarnizar de la madera. Al recrudecer de la hojarasca. “A quién hay que matar para vivir” es una respuesta sin palabras.


A quién hay que matar para vivir
I
No pretendo que me prendan velas
a lo más que mis niños se alegren al verme,
que la vida se vacíe de requisitos
y se llene de significados.
Mi cédula no me identifica,
también tengo algo de Margarita
difunta de las tetas de frutas
que forman parte de mis átomos;
quien despachaba hielo y refrescos en la cuadra,
que también me saludaba en las mañanas
como yo mismo me saludo a diario,
con el mismo afecto,
porque si uno no se saluda a diario
puede olvidarse en algún espacio del día,
puede regresar a casa sin uno mismo,
arrastrado por la manada de lo cotidiano;
así que me saludo todas las mañanas
y me reconozco como Margarita
como Ana y como Kiko y Chico y Laura
como algo de Miguel que veo en mí
y de Jesús y de Gerald y de Celia
como soy ella cuando la pienso,
porque la vida debe ser algo más
que este cúmulo de papeles que nos numera y clasifica,
porque yo soy todos los días y no sólo cuando el
horario lo permite.
II
De recuerdos estoy hecho una enciclopedia
de mis semejantes hasta los dedos de las manos
aire contaminado que me fumo a diario
en esta ciudad de perros muertos
misteriosamente
sancochada bajo el sol a diario…
pierna de caucho quemado a pleno sol,
pedales correas tuercas y grasa,
toda una memoria rodando
lamiéndose a sí misma para nunca olvidarse.
Un motociclista que huye de sí mismo
refugio de la enfermedad de nuestros días
dormidos y tostados árboles a su alrededor.
¿A quién hay que matar para vivir?

Los dejo con el poeta, en el poema. No más que la sensación de haber leído a un amigo en su diatriba con la vida, siempre fresca gracias al poema, y que trasciende más allá de nuestra amistad y perdura en la poémica diaria de los aciertos, la poemática avasallante de los lenguajes cruzados del alma, el propio desleído acontecimiento de los duelos, el desaprender de una memoria cansada de dolores, sedienta de alegrías. Los invito a adquirir el libro, es una buena oportunidad encontrarnos en el atisbo: saber que, de allá para acá, hay la misma distancia.

Maracaibo, 14 de febrero de 2012