Las cosas deben estar bien establecidas para que cualquiera pueda emularlo, para que queden claras, para que todos lo entiendan, para que no se lo tomen a mal (o a bien), para que todos estén de acuerdo. Pero por qué tenemos que argumentar nuestras propuestas. Establecerlas con un tratado o desglosarlas en un decálogo sólo nos llevaría hacia la destrucción de nosotros, o de lo que venimos haciendo. Encajonar las cosas en un solo lugar. Cerrar una, dos, mil puertas. A esto nos ha conducido el ejercicio de escuchar a nuestros conciudadanos. A esta encrucijada de tener que poblarnos de argumentos que conocemos o desconocemos, porque nadie entendió cómo es que llegó a fecundar el óvulo de su madre en lugar de su compañero de testículo, siendo tan patético. Porque nadie sabe el por qué y porque no hace falta saberlo o demostrarlo. Para qué buscar razones. Quién espera tener la razón. De qué serviría tenerla. La razón sólo nos ha conducido hacia un mundo de explotación y luchas. Una guerra interminable donde todos se preparan y luchan, luchan y se preparan para luchar de nuevo, para tener la razón pero ser desmentidos por la historia, o por el futuro que tiene nombre de niño a veces, y a veces no. Para qué justificarnos. Para qué cubrirnos de dogmas y principios. ¿Para ser clasificados en el renglón correcto? ¿Para sentarnos con nuestros acordes? No tiene sentido seguir pariendo argumentos que ya han sido expuestos. Si tuviera que hacer un credo sería un credo muy corto y comenzaría así: “Creo en la vida”, y no dijera más nada. Porque creer en la vida debería ser suficiente, aunque a veces quisiéramos matar y vivimos huyendo para que no nos maten. Exponer las razones no tiene sentido. ¿Cuánto más temor podemos albergar? ¿A qué tememos y por qué? Las balas ya son cosa común y estamos claros que nada nos pertenece en este mundo. Los robos deberían llamarse traspaso de necesidades, y los asesinatos incomprensión tempestiva de lunes por la mañana. El suicidio tal vez, cancelación de deudas o simplemente, aligerarse de peso. Y qué puede importarnos estar de acuerdo con mil personas o con una, y para qué darles más argumentos para convencerlos que somos grandiosos. Lo somos. Debería bastar nuestra propia existencia y las maravillas que podemos lograr y las veces que podemos romper con el sistema y volverlo a construir. Pero las cosas deben estar bien establecidas para que cualquiera pueda emularlo, para que queden claras, para que todos las entiendan, para que todos estén de acuerdo.