Si la única idea que viene a la mente cuando pensamos en la palabra “paz” es la religiosa idea de una convivencia armónica o la ausencia de conflictos; un estado espiritual (no esencialmente) donde no hay diferencias entre unos y otros (amaos los unos a los otros); entonces nos está ganando la pelea la homogeneización humana, que históricamente ha hecho la iglesia, según la cual no hay diferencias entre nosotros pero “esta es la religión verdadera”.

Un estado de pasividad 
El ser pasivo mantiene una posición monótona, servil, vacía, irracional, conformista y muy lejos de la humanidad, donde lo importante no es él o la sociedad que integra, sino el estado de inercia o inalterabilidad de este ambiente.
El individuo pasivo pierde el sentido del gusto y del disgusto, no distingue entre las cosas buenas o malas, no posee ni desarrolla criterios, muchas veces no distingue entre individuos, sino a iguales. Cuando el mundo se encamine a un estado pasivo, comenzaremos a vivir en un gran charco biótico donde perderá sentido la razón de la vida, la razón de la existencia.
Entiendo pues el arte de la guerra, la posición y el objetivo del guerrero de vencer sobre otro, en el ámbito donde se encuentre. Esta actitud o característica –quizás- plena de egoísmo y naturalidad humana perdería sentido en un mundo pasivo (no hablo de pacífico, como es la eterna búsqueda del hombre).
Recientemente escuché: “Cómo apreciaremos la libertad sin la esclavitud, la vida sin la muerte.” El mundo no es un átomo girando alrededor del sol, como un cúmulo de materia inerte que se magnetiza constantemente.
Yo no deseo la pasividad del mundo. Adoro estar en este desastre que llaman estar vivo, agradezco a esa fuerza universal que conocemos como Dios, por la oportunidad de estarlo. Con esto no afirmo mi apoyo a las guerras armadas, el asesinato masivo de inocentes, menos aún por intereses imperialistas (lo mismo egoístas) y anti-natura, la de los apaciguadores de pueblos, los que buscan una paz mundial conducida por ellos.
Considero que la idea de la guerra armada como el camino a la paz, está mal planteada. Primero, si luchamos porque pensamos diferente, entonces la guerra debería ser de ideas no de balas, bombas, gases y contaminación. Aparte, el mercado global está distorsionado, y desfasado de la realidad, el auge y la sofisticación de las armas no conducen al entendimiento sino al temor.
Esta realidad nos exige más humanidad y más respeto mutuo, la verdadera guerra está fundamentada en el respeto del contrario, como lo afirma Sun Tzu, y no en el temor. Entiéndase a Sócrates como un maestro de la razón que se dedicó a convencer a los sofistas (el equivalente a los académicos de nuestros tiempos) de su completa ignorancia ante el mundo, como una forma de elevarlos a un estado consciente, humano y en síntesis: humilde; hecho que exige mucha más humanidad que cualquier avance científico. A fin de cuentas, la humildad resulta más difícil de conseguir que la paz. La humildad, además de exigir un gran crecimiento espiritual, también exige un crecimiento hacia el otro.
La guerra no se puede negar, existe, la vivimos a diario, y es una competencia que algunas veces llamamos vida.