Por esa puerta todos entramos con la moral por el suelo, cargados los bolsillos de derrotas, ahogados, hambrientos, desposeídos. Nos canjeamos por el pago de una quincena. Desde los jefes hasta los empleados, entramos como unos perdedores al trabajo. La primera semana fue difícil, nunca pensamos durar tanto. Caminábamos con la cabeza gacha. Lanzamos un suspiro cada vez que entramos al trabajo. En especial porque cada semana despedían a uno y contrataban a otro. En algún momento la voz se nos trabó, no dijimos nada y tuvimos que tragar para despejar la garganta y decir. Con el tiempo algunos adquirieron más confianza, más seguridad y ahora hay que pedirles silencio de vez en cuando, en especial cuando alguien sale por esa puerta cargando una nueva derrota en sus bolsillos. Nosotros olvidamos lo que es perder y lo que es ganar, hasta que perdemos o ganamos. También se nos olvidó cómo celebrarlo, por eso cuando pasa, uno no sabe si brincar de alegría o echarse a llorar; entonces no hace nada. Si sólo aprendiéramos a llorar con frecuencia, pero en serio con lágrimas y mocos y todo, como es, en serio; o a celebrar con gusto nuestras victorias, con gritos y saltos, con abrazos y con besos, eufóricos por las calles para que todos lo sepan; pero no, preferimos ser fríos, inertes y con el tiempo, vacíos. Esta semana me volveré loco y celebraré cada victoria por pequeña que sea, un gol en la caimanera de la esquina, el encuentro con un amigo que hace tiempo no veía o simplemente un abrazo de mamá; igual lloraré todo lo que pueda, con mocos me ahogaré donde me encuentre, en público y en privado si me derrota la vida en una esquina. Seguro sacaré más fuerzas de eso que de estar en esta puerta, con la frialdad que nos llena los bolsillos de más derrotas y menos vida.